Ni yerba de ayer

sábado, febrero 03, 2007

“¿Cómo iniciar por el final?
No puedo nombrar la muerte,
cosa que sabe,
sólo, la multitud pulverizada,
que, aullante en el silencio, pisamos.”
Aldo Oliva,"El-ixir o el secreto del barrio",
De Fascinatione.

Podría aventurarme en lo escabroso de narrar una historia al revés, desgranar sutiles palabras con la quietud de una letanía proferida en mitad de una noche dplenilunio y aroma a mezcla de colonia y alcanfor. Y así recurrir a los lugares eternamente comunes de los finales: “Y se murió”, podría atinar en estos dedos, y luego recomenzar la narración, planteando hipótesis lectoras, reconstruyendo esporádicas escenas, efímeras vueltas atrás de un relato no édito, todavía virgen en el páramo de lo inmaterial. Pero no lo hago. Prefiero nominalizar nones, asignarle nombres erráticos a situaciones que nunca escribiré, como el paraíso negado a un suicida. Prefiero hilvanar con los hilos desmadejados de la incoherencia esta historia que no ha comenzado, y que nunca lo hará.

Sin embargo recurro, con afán de argumentar lo injustificable, a la máxima mallarmeana de que “un golpe de dados nunca abolirá el azar”: estos fonemas indiscretos que aparecen repentinamente y sin una seguridad de tipo “marlowiana” de que se inmortalizarán en los espacios todavía expectantes, no se conducen en los rieles del perfecto cuentista de Quiroga. No fueron pensados con anterioridad, como un asesinato de un capo mafia o el ahorro de un niño que espera por un álbum de figuritas. Aún así, me atrevo (con reconocida insolencia) a delinear el final de esto que no es, de esto que se semeja a un silencio en una pintura de Duchamp o – tan contrariamente que parecen hermanos- al Scream estentóreo de un tal Munch (otro lugar común). Y a partir de la paráfrasis, reconozco lo que sucede con Mallarmé –con su Rayuela y su Ygradissil ideal- y Cortázar – con su golpe de dados-: ambos, poema y novela respectivamente, son procesos complejos y laberínticos que tienen por objetivo entablar un diálogo (también ideal) con un lector (por supuesto, ideal). Me da la loca de pensar que la obra de Mallarmé y Cortázar se asemejan a la vida de un creador de crucigramas, un creador de vacíos que llenarán a otras personas en la pasividad del cafecito, La Nación o el Olé (dependiendo la ubicación geográfica o geohumana) y el Benson, esto amparado por la ley, en una mesita afuera del bar. Ambos edificaron laberintos, ambos intentaron desechar (omitir) al lector-hembra, a aquel que se planta en la mera unidimensionalidad del relato (sin citar ejemplos argentinos). Se plantea así una antagónica posición con respecto a las máximas de la narrativa llana:

1. Inmiscuirse en la falencia del lenguaje plano, aquel que tan sólo requiere de la dimensionalidad austera y huraña de lo tangible, lo previsible;

2. Presentar al lector una baraja de una carta única, sin mayor elección que la que el autor designa y que el totalitarismo de la palabra circunscribe al papel. Un punto final no trasciende la inmediatez del punto final.

Mallarmé. Cortázar. Tanto el poema como la novela, superhonda, pesadas y cargadas de simbolismos a la manera de la poética del rosarino-griego-latín Oliva (no digo poema, porque él creía con justicia de poetas arcaicos que la poesía trascendía la palabra escrita). Y yo ahora, armo rompecabezas, intento llenar los espacios de sus crucigramas y de acercarme en una situación conversacional (ideal) con estos “creadores de vacíos”, constructores de caminos.

Y aquí finalizo escribiendo “y se murió”; ponderando en mis trémulas manos una duda a la manera de Descartes. Pero ahora sin comillas. Y se murió. Y siguiendo el ejemplo (pero mal aprendido, y aún peor aprehendido) le digo:

“Y se murió, luego de alzar la vista y reconocer en el fragor mismo de la nada que …………………………………………………”.

Y me agrada invocar al suceso abstracto de que usted lo llena y finaliza este relato no profanado, todavía virgen en el absoluto de lo níveo.

“Y se murió, luego de alzar la vista y reconocer en el fragor mismo de la nada que el facón que se le hundía en un costado estaba empuñado por su misma mano: se estaba suicidando”.

Pero no. Arribo a la conclusión de que el que rellena los espacios es mi doppelgänger, mi propio lector (ideal), y que ante todo abismo –ante la presencia de un vacío eminente- a veces es mejor callar, derramarse en algún rincón de lo cotidiano y dormir como quien no quiere la cosa. O como quien la quiere pero que no se atreve. Se trata de banalizar la nada.

Frase del día:
"Tan difícil escapar de ellas, con lo hermosas que son. Mujeres mentales, verdad. Me hubiera gustado entender mejor a Mallarmé, su sentido de la ausencia y del silencio era mucho más que un recurso extremo, un impasse metafísico. Un día, en Jerez de la Frontera, oí un cañonazo a veinte metros y descubrí otro sentido del silencio. Y esos perros que oyen el silbato inaudible para nosotros... Usted es pintor, creo." nos dice Morelli en el capítulo 154, Rayuela.

posted by El flaco de la bicicleta blanca at 2:40 p. m.

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